JAVIER FERNÁNDEZ SEBASTIÁN (Director, 2009)
Diccionario político y social del mundo iberoamericano: La era de las revoluciones, 1750-1850. [Iberconceptos-I].
Madrid, Fundación Carolina; Centro de Estudios Políticos y Constitucionales; Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.
Cuando estamos entrando de lleno a la conmemoración de los momentos más significativos de la gran crisis moderna Iberoamericana y la disolución del poder metropolitano (que va desde las reformas ilustradas carolinas y pombalinas, hasta la admisión de los territorios de California y Nuevo México como entidades de la federación estadounidense, pasando –por supuesto- por los movimientos juntistas y las guerras de independencia), debemos celebrar que se nos dé la oportunidad de ir más allá del uso propagandístico que de tales hechos harán las banderías políticas actuales, para acercarnos al sustento ideológico genuino de los cambios acaecidos en este período. La aparición del Diccionario político y social del mundo iberoamericano: La era de las revoluciones, 1750-1850, el macizo y enjundioso volumen inicial producto del ambicioso proyectoProyecto Iberoamericano de Historia Conceptual – Iberconceptos (El mundo atlántico como laboratorio conceptual (1750-1850)), no sólo cumple con la aspiración de dar una historicidad genuina a los hechos e ideas cuya reflexión ocupará mucho de nuestro esfuerzo en las próximas décadas, sino que además lo hace con una contundencia que habrá de marcar nuevos caminos en la historiografía de las ideas de nuestro país y la región.
Tal contundencia no es aislada. Poco más de cuarenta años después de la publicación del Meaning and Understanding in the History of Ideas de Quentin Skinner y de Kritik und Krise - Eine Studie zur Pathogenese der bürgerlichen Welt y el ensayo Vergangene Zukunft - Zur Semantik geschichtlicher Zeiten, de Reinhart Koselleck, y a tres décadas de la influencia del Foundations of Modern Political Thought (del propio Skinner), y del primer volumen del Geschichtliche Grundbegriffe: Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland cuyo equipo multidisciplinario fue liderado por Koselleck, la influencia de J.L. Austin y Ludwig Wittgenstein por vía de la Escuela de Cambridge y de Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer por vía de la Begriffsgeschichteen el campo del estudio de la historia del pensamiento iberoamericano se ha hecho sentir de forma considerable. Y es el fundamento koselleckiano, sin ser tomado como una camisa de fuerza sino como un punto de partida metodológico, el que inspira la dirección del volumen, tesoneramente llevada a cabo por el catedrático español Javier Fernández Sebastián de la Universidad del País Vasco (Euskal Herriko Unibertsitatea), y adelantada por nueve equipos nacionales de España, Brasil, Portugal, Perú, Argentina, México, Chile, Colombia y Venezuela[1].
En su introducción al volumen, Fernández Sebastián –quien reitera la importancia de la Begriffsgeschichte de Koselleck en la historia de las ideas contemporáneas-, señala que el objetivo de este Diccionario está en “ensayar una verdadera historia atlántica de los conceptos políticos (…) que tome en cuenta el utillaje conceptual de los agentes –individuales y colectivos- para lograr así una mejor comprensión de sus motivaciones y del sentido de su acción política”[2]. Su “dimensión transnacional” (cada una de las diez voces del Diccionario es revisada a través de un estudio introductorio que establece las líneas transversales del cambio conceptual ocurrido en los países seleccionados) y el prolongado lapso de las investigaciones (el siglo de la crisis de la ilustración a la modernidad historiada por Koselleck), son novedosos entre los cultivadores de ésta área de investigación, quienes preocupados con el “cierre del contexto” han tenido la tendencia nada desdeñable de explorar el pensamiento político desde la perspectiva nacional y de polémicas muy concretas. Por otra parte, no es usual que un trabajo colectivo de esta magnitud sea tan uniforme en términos de la calidad y profundidad con las que han sido tratados los conceptos aquí mostrados. Incluso en algunas de las obras de referencia más famosas e influyentes ocurre que mientras algunas definiciones y ensayos son casi la antesala de una tesis doctoral, otras voces son tratadas como una añadidura pasajera, casi como un afterthought. Este diccionario corrige esta deficiencia tan penosamente usual, mostrando una disciplina y un espíritu colectivo que no ahoga el estilo individual de los investigadores: cada voz podría ser un volumen independiente, dadas las cuidadosas introducciones y la solidez de cada aporte.
¿Qué ha hecho posible esto? En primer lugar, la acumulación de una multitud de fuentes distintas -algo más de tres mil- utilizadas sin desperdicio en los textos de cada investigador. Reconociendo la relevancia de la recreación vívida de los debates de la crisis iberoamericana a fin de extraer las modificaciones conceptuales efectivamente ocurridas, los autores recurrieron a textos de variable profundidad y sofisticación, comprendiendo que la vida pública no se debate sólo en textos canónicos y de estructura clásica: junto con los tratados eruditos de los abogados, políticos, economistas y teólogos, así como los diccionarios, catecismos y recopilaciones legislativas, conviven fuentes que simplifican y reelaboran los mensajes en la nueva esfera de la “opinión pública”: artículos de periódico, poemas, canciones, panfletos, debates parlamentarios, cartas y remitidos públicos, cartas y memorias, recurriendo apenas ocasionalmente, cuando es necesaria alguna aclaratoria, a fuentes secundarias.
Sin embargo, algo aún más profundo se evidencia de la lectura del diccionario: es posible que el éxito de este volumen estribe en que sus autores comparten los principios fundamentales de la historia intelectual contemporánea (en la que, si se nos permite, englobamos a la historia conceptual, de las ideas y de las mentalidades, a falta de un término concertado): Por una parte, el reconocer –como queda explícito en el objetivo del diccionario- que los conceptos y las palabras utilizados en las polémicas políticas son, en esencia, armas, y que entonces estos discursos no son meras elucubraciones teóricas, sino realmente acciones políticas. Con esas palabras los actores politicos pretenden cambiar su circunstancia, acaudillando a sus seguidores, promoviendo su causa, justificando otras acciones políticas no discursivas, y explicándose a sí mismos tales acciones al ubicarlas en una cosmovisión determinada, lo cual no se realiza en un vacío: “todo revolucionario está obligado a galopar de espaldas a la batalla”, como señaló Skinner[3], y por eso estos conceptos siempre serán esencialmente polémicos, de acuerdo al grado de cambio que se esté dando en la sociedad. Por otra parte, y precisamente por ello, estos autores están plenamente conscientes de que cada concepto adquiere sus múltiples sentidos en su contexto histórico concreto. Lo literal de cada acción política conceptual se ve trascendido por aquella madeja de significados a la que se enfrenta, y ante las cuales pretendía imponerse, por lo que nunca encontraremos una definición históricamente definitiva, como insistió Koselleck[4]. Es por eso que resulta poco útil avanzar en estos estudios con ideas preconcebidas o anacrónicas sobre los conceptos en juego: los autores aquí reseñados cumplen con esta prevención, y ello hace del conjunto de trabajos en el diccionario una referencia fresca y relevante para la comprensión de la historia iberoamericana sacudida por esta transformación ideológica. Estos dos criterios, el carácter político de la acción discursiva y la atención al contexto, han sido las pautas dominantes en los trabajos de investigación más acuciosos en Venezuela, desde que en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado Diego Bautista Urbaneja y Luis Castro Leiva introdujeran al país los trabajos de Skinner, J.G.A. Pocock y John Dunn, renovando con ello los estudios pensamiento político venezolano, el cual se había dedicado tradicionalmente a la extracción anacrónica y desorganizada de piezas citables y frases célebrespropias del idealismo hermenéutico, o a su desmerecimiento a favor de los factores económicas, culturales y sociales subyacentes, propias de la impronta positivista, marxista y de la “rational choice” sobre nuestras sociales. Por eso, la introducción de Koselleck a los lectores académicos venezolanos e iberoamericanos –que debe explotar con la aparición de este diccionario, lo que complementa las traducciones de sus obras al castellano que sus promotores en España han publicado en los últimos veinte años[5]-, llega sin hostilidad ni retos paradigmáticos. Las aprehensiones de Koselleck hacia la comprensión de los conceptos y los textos tal como se había producido anteriormente, socializadas entre nosotros a través de la influencia de los historiadores anglosajones, permiten una amistosa recepción del trabajo del historiador alemán.
John Neville Figgis, historiador del pensamiento político de Cambridge de finales del siglo XIX e inicios del XX, dijo en una de sus conferencias magistrales que “si bien las ideas políticas son hijas de necesidades prácticas, no es menos cierto afirmar que el mundo presente es el resultado de las ideas humanas”; el poder del teórico es aquél de determinar “el resultado a largo plazo de la historia”[6]. Si lo vemos desde la perspectiva de Koselleck, esto es una verdad a medias: en efecto, los conceptos alteran nuestra visión del mundo y la percepción de nuestros intereses, pero sólo en la medida que ellos han sido a su vez alterados por su uso urgente en la diatriba política. Esto es especialmente notorio en los períodos de crisis, en particular en el lapso de 1750-1850, cuando –como nos recuerdan Richter y Richter que había explicado Koselleck en la instroducción a su Léxico Histórico- ocurrieron cambios definitivos e irrevocables que revolucionaron el lenguaje político hasta entonces existente: la visión estática de la historia, como simple acumulación de hechos dirigida hacia el final descrito en la escatología bíblica, dio lugar a la introducción de la teleología del progreso en términos de etapas y evolución hacia la mejora de la humanidad; el vocabulario político salió del círculo cerrado de las élites sociales para ser difundido entre las masas populares, más allá de los tratados eruditos, en panfletos, carteles, discursos y arengas de diverso nivel de sofisticación, toda vez que las convulsiones políticas facilitaban la propagación oral de los distintos conceptos en juego; esto, a su vez, llevó a la desparticularización y creciente abstracción de los términos políticos por medio de las ideologías, que hoy son la moneda corriente de nuestro discurso público; por último, esto llevó a la expansión de la esfera intelectual de lo político, a medida que más y más personas eran objetos de la persuasión pública, de modo que más y más fenómenos y términos eran susceptibles de ser utilizados como eslóganes de propaganda entre los actores en pugna[7]. Acaso no todos los conceptos estudiados por el equipo del Léxico Histórico sufrieron cada una de estas transformaciones, e incluso algunos pueden no haber aparecido en la literatura política pre-moderna. Pero su escogencia fue cuidadosa, descartándose muchos sobre la marcha de esa dilatada empresa editorial.
Los conceptos escogidos por el equipo de Iberconceptos para este primer volumen son también nociones básicas e inescapables de la crisis epocal del mundo Iberoamericano. Las diez voces (América, Ciudadano/vecino, Constitución, Federación, Historia, Liberalismo, Nación, Opinión Pública, Pueblo y República) son, en justicia, inescapables para la comprensión de los hechos revolucionarios del período y para la develación de los orígenes de nuestro léxico contemporáneo[8]. Aunque decidamos analizar este periodo y su impronta en nosotros desde cualquier otra perspectiva (económica, social, racial, cultural, institucional o administrativa), ¿podemos escapar de la atención aquí prestada a estas nociones? ¿Es factible olvidar la centralidad del lenguaje y, lo que es más, del lenguaje político para la definición de las actitudes sociales y decisiones públicas sobre tales problemas? Al menos desde el siglo XIX, es la esfera política la que moldea y redefine el resto de los fenómenos sociales, destruyendo con ello nuestra vinculación medieval y cristiana al mundo grecolatino y, con ello, añadiendo una miríada de nuevos significados a estos términos tradicionales.
Tomemos, por ejemplo, la voz República/republicano, desarrollado en el diccionario por G. Di Meglio, C. Lynch, H. Starling, D. Veneros, J.F. Fuentes, A. Ávila, C. McEvoy, R. Ramos, C. Leal, C. Guerrero y E. Plaza, e introducido por G. Lomné (quien además elabora la noción republicana en Colombia)[9]. Este concepto pasó de la simple y en absoluto polémica denominación de las comunidades políticas humanas, o cuando mucho la noción del gobierno mixto o colectivo, a la aspiración de un orden político moralmente distinto a la monarquía y, dentro de sí misma, a variables definiciones de la relación entre los individuos –ora civiles ocupados en sus negocios privados, ora militares atentos y dedicados a la mejor suerte de la cosa pública- y su comunidad política. La aparición de la república como noción central, sin embargo, no fue homogénea ni sincrónica: en ocasiones, su aparición radicalizada e idealizada es consecuencia de la ausencia de períodos de conflicto civil de consideración, mientras que allí donde la violencia hizo estragos, la república terminó por tomar formas más moderadas. Así mismo, la relativa dificultar en instruir nuevas generaciones de republicanos y la desintegración de las unidades políticas coloniales en una pluralidad de territorios que pretendían autonomía, llevó al desprestigio de este vocablo y al eventual predominio de otras voces, obligando a su tardía o fallida instauración (como ocurrió en Brasil y España, respectivamente). ¿Es posible asomarse a los temas contemporáneos de la cultura política, la abstención electoral, la corrupción administrativa sin considerar la polisemia original con la que hemos asumido y vivido nuestra forma de organización política predominante?
Es posible decir otro tanto de otros temas, en tanto que estas nociones básicas cruzan transversalmente nuestra joven historia: ¿es aceptable obviar entonces los conceptos de América y Nación al estudiar los problemas raciales y de identidad cultural? ¿Se hace necesario abordar la participación política y la aceptación de las relativamente jóvenes democracias iberoamericanas sin comprender los cambios de significado de los conceptos de pueblo y ciudadano? ¿Seguiremos atentos a los asuntos relativos al federalismo sólo como un problema de descentralización administrativa, o como una diatriba histórica entre concepciones enfrentadas de la fuente de la autoridad pública? ¿Es posible hablar del desarrollo económico y nuestra relación con la globalización entendiéndola sólo a través de la teoría de la dependencia, o es ella consecuencia del sujeto histórico que los iberoamericanos liberales se trazaron como su ciudadano ideal? ¿Podemos conversar sobre la no-secularización y la laicidad institucional de nuestras sociedades sólo desde una perspectiva sociológica, o es mejor comprenderla desde las múltiples conceptualizaciones de la república?
Aunque queda por ver qué nuevos conceptos traerán los sucesivos volúmenes del diccionario (cómo abordarán, entre otros, los conceptos de “monarquía”, “libertad”, “esclavitud”, “autoridad”, “gobierno”, “religión”, “Iglesia”, “Estado”, “público/privado”, “revolución”, “independencia”, “soberanía”, genera una inquietud fascinante), esta es una obra que no necesita el apoyo de otras tal como existe, y es útil para múltiples disciplinas. Puede que sea necesario expandir el ámbito geográfico de sus estudios (algunas regiones, en particular las naciones de América Central, quedan apenas mencionadas ocasionalmente en las entradas dedicadas a México o a Colombia), o que como complemente sea publicada en otros formatos accesibles gracias a las tecnologías digitales de la información. Pero, sin duda alguna, el diccionario se hará una obra de referencia imprescindible para los historiadores de las ideas, dándonos una idea comparada sobre cómo los debates y transformaciones conceptuales ocurrieron dentro del contexto nacional y a lo largo de los disímiles procesos políticos de la región, confirmando cómo la aparición de nuevas ideas no es producto de la genialidad aislada y anacrónicamente celebrada. Además, queda la tarea de enlazar los diversos conceptos entre sí con la intención y ubicación pública de sus actores, de modo de revelar, si cabe, la existencia de lenguajes políticos articulados que trasciendan o confirmen las denominaciones ideológicastradicionalmente utilizadas, y que profundicen aún más en la ilación y explicación de las fuentes utilizadas.
El diccionario es relevante, incluso, para aquellos que consideran que la historia intelectual es un asunto de anticuarios. Para los científicos sociales en general, ha de recordarnos que los productos y modificaciones en la teoría política, económica y social no son neutros, ni aparecen como emanaciones aisladas de su contexto; esto debe además precaverlos del abuso de la autoridad de las figuras históricas, y de la adaptación de significados comprensibles y lógicos en un contexto determinado a la democracia y sociedad nuestro tiempo. Así mismo, para los filósofos y teóricos políticos normativos -cuya visión del cambio histórico es desdeñoso o, cuando menos, tangencial- debe quedar claro que no existen cuestiones resueltas ni ideas perennes: su comprensión textual siempre será contingente al momento en que ese texto fue escrito y a la diversidad de significados que sus términos tenían al momento de ser traducido.
En suma, este Diccionario debe ser considerado como un hito en la historia de las ideas en el continente: resaltando la especificidad nacional y regional del proceso de cambio en las sociedades Iberoamericanas, este texto ilumina cómo –al menos intelectualmente- las revoluciones aquí ocurridas ocurren no como emanación, sino como evento paralelo, a las transformaciones ideológicas radicales del mundo anglosajón y Europa Occidental, en tanto que como revoluciones atlánticas compartimos una multitud de términos, iniciativas e inquietudes. El Diccionario es un proyecto ambicioso que no se queda corto al cumplir con sus promesas iniciales y con las crecientes expectativas que ha generado entre los académicos de la región. Lo que podría ser el trabajo acumulado de toda la carrera de un investigador solitario, es ahora el resultado feliz del esfuerzo colectivo, de resultados sorprendentemente parejos en calidad y profundidad en menos de una década. Con el empeño del proyecto de Iberconceptos, cuyas futuras publicaciones prometen, hace que las miradas de los investigadores de las ideas del continente no veamos sólo a Cambridge y a Bielefeld como fuentes de guía e inspiración, sino que ya podemos tener como epicentro a Lejona, que irradia en el esfuerzo del conjunto de casi ochenta investigadores de Buenos Aires, Luján, México, Guadalajara, Madrid, Santiago de Compostela, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Niterói, Santiago de Chile, Valparaíso, Lisboa,Coímbra, Lima, Bogotá, Cali, Sewanee, París, Berlín, Eichstätt- Ingolstadt, Nantes, Mérida y, por supuesto,Caracas, para así adelantar futuras indagaciones este fecundo “laboratorio conceptual”.
Guillermo T. Aveledo
UNIMET-UCV, Caracas
(Reseña Consignada al Anuario de Estudios Bolivarianos, Bolivarium -USB)
[1] El conjunto venezolano es el equipo más prometedor que se ha reunido a explorar la historia de las ideas en el país, ya que cuenta no sólo con historiadores sino además con sociólogos, economistas, filósofos y politólogos, algunos de ellos scholars consagrados y de creciente influencia (Carole Leal, Elena Plaza, Naudy Suárez, Fernando Falcón, Carolina Guerrero, Veronique Hébrard, Ezio Serrano, Colette Capriles y Luis Ricardo Dávila), así como algunos de los jóvenes investigadores más acuciosos de nuestra actualidad académica (Ángel Almarza y Víctor Manuel Mijares).
[2] “Hacia una historia atlántica de los conceptos políticos”, en FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, J. (Director, 2009) Diccionario político y social del mundo iberoamericano: La era de las revoluciones, 1750-1850. [Iberconceptos-I]. Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales; Fundación Carolina; Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, p.25.
[3] SKINNER, Q. (2002): Visions of politics, vol. I. Cambridge, Cambridge University Press, p.150.
[4] KOSELLECK, R. (1996): “A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe”, en LEHMANN, H. y RICHTER, M. (eds., 1996): The Meaning of Historical Terms and Concepts: New Studies on Begriffsgeschichte. Washington, German Historical Institute, p. 64.
[5] KOSELLECK, R. (1993): Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Madrid, Paidós; ---- (2001): Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia. Barcelona, Paidós; ---- (2003):Aceleración, prognosis y secularización. Madrid, Pre-Textos; ---- (2004): Historia/historia. Madrid, Trotta; y, finalmente, su estudio seminal ---- (2007): Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Madrid, Trotta;
[6] FIGGIS, J.N. (1907): Studies of political thought: from Gerson to Grotius. Cambridge, University Press, p. 1.
[7] RICHTER, M. Y RICHTER, M.W. (2006): “Introduction: Translation of Reinhart Koselleck's «Krise,»in Geschichtliche Grundbegriffe”, en Journal of the History of Ideas, nº 67 (2) Filadelfia, University of Pennsylvania Press, pp. 350-351.
[8] FERNANDEZ SEBASTIÁN, J. y FUENTES, J.F. (2004): “A manera de introducción. Historia, Lenguaje y Política”, en AYER: Revista de Historia Contemporánea, nº 53 (1). Madrid, Marcial Pons, p. 16
[9] “República/Republicano” en Fernández Sebastián, op.cit., 2009, pp. 1253-1380.